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La visión que hoy tenemos de la educación sexual dista leguas de cuando en los años cincuenta del pasado siglo gran parte de su contenido se basaba en la satisfacción y el placer, y si bien ello supuso un avance sobre el modelo social y moral imperante ligado a la reproducción, aún quedaba un largo camino por recorrer.

Años después, y coincidiendo con el brote de VIH/SIDA, se debate la importancia de incluir la salud sexual en los centros escolares, siguiendo la pauta de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que considera que la sexualidad “es un aspecto central del ser humano, presente a lo largo de su vida” Sin embargo, no es hasta 2000 cuando se establece una estrategia en la que se incluyen contenidos de educación sexual para promover hábitos sexuales saludables en enseñanza obligatoria, aunque a pesar de este acercamiento a las aulas, en realidad no se disponían de los materiales necesarios ni los profesores estaban dotados para implementar este tipo de educación, una circunstancia que, lamentablemente, perdura aún hoy día.

La adolescencia es la franja de edad a la que debe dirigirse principalmente este tipo de educación, al ser la más vulnerable en el aspecto sexual, aunque cabe destacar que existe una inquietante carencia en el resto de la sociedad. Actualmente, se le concede una carga de responsabilidad a los padres excesivamente grande con respecto a la enseñanza de la sexualidad, sin tener en cuenta que gran parte de la sociedad tiene el mismo déficit en conocimiento de las emociones, de la importancia de la autoestima, del uso de las herramientas para poner límites y promover el placer desde una visión sana y certera. Es necesario contar con profesionales que ayuden a prevenir problemas futuros y fomentar una vida sexual plena y con conocimiento.

Clara Morales, psicóloga en prácticas. Cari Ruiz, psicóloga y sexóloga.

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